Spielberg en Trebujena.
16068
post-template-default,single,single-post,postid-16068,single-format-standard,bridge-core-1.0.4,ajax_fade,page_not_loaded,,vertical_menu_enabled,side_area_uncovered_from_content,qode-theme-ver-18.0.9,qode-theme-bridge,disabled_footer_bottom,wpb-js-composer js-comp-ver-5.7,vc_responsive
 

Spielberg en Trebujena.

Spielberg en Trebujena.

Buscando una puesta de sol.

El domingo, 19 de abril de 1987, a las 14.17 horas, aterrizaba en el aeropuerto de Sevilla un HS-25, el jet privado de Steven Spielberg, a quien acompañaban su secretaria y un cocinero particular. Tras bajar del mismo, todos se dirigieron en coche a Jerez de la Frontera, donde, en un cine de verano, la Terraza Tempul, se había montado el cuartel general del equipo que se disponía a rodar escenas de exteriores de la película El imperio del sol en localizaciones de Trebujena. Esta era la segunda etapa de un rodaje que ya había estado en Shanghai, donde tuvieron la suerte de encontrar escenarios intactos de la época de la Segunda Guerra Mundial en que se desarrolla la acción, aprovechándolos conve-nientemente. Después, todavía quedaban algunas semanas de trabajo en estudios londinenses para completar la historia de la precoz entrada en la madurez de Jim, un niño británico de doce años que vive rodeado de comodidades en Shanghai y que, de repente, tras declarar Japón la guerra a China, termina preso en un campo de concentración.
¿Por qué Trebujena? Spielberg, siempre concienzudo y con ideas muy precisas para lo que quería en sus películas, se había obsesionado con encontrar una puesta de sol que definiera, según él, el fin del imperio del Sol Naciente. Casualmente, vio en un documental sobre el aceite andaluz el ocaso sobre el parque natural de Doñana, y ya lo tuvo claro: ahí quería rodar esas puestas de sol, descartando de inmediato los otros dos candidatos, que eran Israel y Kenia. Acotando las posibilidades, se encontraron con que Trebujena, en la provincia de Cádiz, estaba muy próxima a las marismas, contaba con amplios espacios desolados y, lo que resultaba igualmente atractivo, quedaba muy bien comunicada con Cádiz y Sevilla. Ahí, pues, en aquel pueblo de apenas 6.000 habitantes, se iban a levantar escenarios como un estadio olímpico, un aeropuerto, un campo de concentración y diversas edificaciones de tipo oriental. Y Steven Spielberg, extasiado ante los esplendorosos atardeceres sobre la marisma, ordenaba largas tomas de aquellas puestas de sol, de las que luego sólo se aprovechaban 40 segundos o un minuto.

Naturalmente, en una película americana y con apoyo de Warner Bros. (el film tuvo un presupuesto final de 35 millones de dólares), lo de menos era regatear en los costes de rodaje que la operación iba a suponer en un paraje tan lejano a Hollywood. Previamente a la llegada de Spielberg, dos aviones BA-11, similares a los DC-9 transportaron hasta el aeropuerto de Sevilla y directamente desde Manston (Reino Unido) casi 10.000 kilos de material diverso para el rodaje. Las exigencias del director en cuestiones de figuración y extras se establecieron en algo más de 700 personas y supuso un trabajo adicional para cubrir las demandas de Spielberg. Muchos de esos extras debían ser de etnia oriental, y hubo que localizarlos en diversas capitales españolas. Otros eran elegidos por tener alguna malformación física (cojos, mancos, tuertos), para las escenas que se desarrollaban en el campo de concentración.
Todo este movimiento de búsqueda de personal no dejó de despertar recelos en medios sindicales de Trebujena. Pronto surgieron algunas denuncias de CC OO referidas a supuestas irregularidades en la formalización de los contratos para la figuración y otro tipo de servicios. La central sindical calificó de “tercermundistas” los sistemas de contratación directa seguidos por los responsables del rodaje en la localidad, poniendo el acento en que no se respetaban las listas de parados del Inem, actuando por su cuenta. En aquel momento, el gobierno municipal comunista de la localidad parecía ignorar las peculiaridades laborales del mundo del cine, sobre todo del americano, donde las necesidades concretas de la película siempre quedan muy por encima de la burocracia y las reglamentaciones sindicales.
Pero, al fin y a la postre, la quisquillosa postura sindical quedaba superada por una realidad social que no entendía de convenios ni cuotas. Las seis semanas que duró el rodaje de El imperio del sol en Trebujena aliviaron, y no poco, la asfixiante economía de muchos vecinos. La mayoría de ellos se dedicaban en exclusiva al trabajo agrícola, donde el sueldo medio de un trabajador era, en aquel momento, de algo más de 3.000 pesetas por jornada, aunque, teniendo en cuenta el carácter temporal de esas labores, había que estirar tales ingresos durante otros largos meses sin faena. Manuel Diosdado recuerda que trabajó con su camión transportando materiales para construir los escenarios y ganaba 40.000 pesetas diarias. Claro que aquel maná del cine duró lo que la presencia de Spielberg y sus huestes en el municipio, para después volver a la precaria rutina de un municipio cuyo índice de paro superaba el 30%.
Es cierto también que el esplendor de los decorados forma parte de la engañosa fugacidad que el cine manifiesta, sobre todo en esa ilusión transitoria que supone un rodaje, y más aún en un lugar en el que nada parece relacionado con el andamiaje profesional de las películas. Igual que vino, Spielberg se fue, dejando, sin embargo, una huella que permanece indeleble en Trebujena. Algunos de los pocos vecinos que tuvieron acceso directo al director todavía le recuerdan como “una persona reservada, pero amable”, y que durante los días de rodaje “siempre se mantuvo tranquilo y educado con todos”. Como en tantas otras ocasiones y en tantos otros sitios, las evidencias físicas del acontecimiento terminaron borrándose. La pagoda, el campo de concentración, el hospital, el estadio… todo quedó abandonado a merced del viento, la lluvia y el salitre… todo menos la bandada de palomas de metal, recuperadas del deterioro y que ahora preside la carroza del carnaval de Trebujena.
“La película no dejó nada”, sigue manteniendo Juan Oliveros, el entonces alcalde comunista de Trebujena. Bueno, algo sí dejó, o, por decirlo de otro modo, alguien sí se quedó, renunciando a seguir al equipo de Spielberg. Fue John Baker, técnico de efectos especiales, que ganó un Oscar por su trabajo en otro film del director, En busca del arca perdida. “Por culpa de Isabel”, dice John. Ella es una trebujenera que trabajaba como extra en El imperio del sol (“ganaba –recuerda– 5.000 pesetas diarias durante las seis semanas de rodaje, con lo cual al final cobré dos millones”). Isabel también trabajaba en el bar El Litri, adonde acudían los miembros del equipo del film, y allí fue donde John la conoció… y hasta hoy. “El imperio del sol cambió mi vida –asegura–, porque conocí a Isabel y me quedé aquí”. Un hijo, John Baker Galán, de 30 años, es la prueba de ello. A sus 77 años, y nombrado hijo adoptivo de Trebujena, Baker conserva un marcado acento inglés, mezclado con frecuentes expresiones típicas andaluzas.
El cine, en su vertiente más prosaica y menos mágica, como es la de un rodaje, no siempre es un acto efímero que desaparece en cuanto los focos se apagan y suena la claqueta final. En el caso de El imperio del sol y Trebujena, algo permanece. En 2017, el pueblo celebró diversos eventos para conmemorar el 30º aniversario de lo que en el municipio todos se refieren, a despecho del paso del tiempo, como “el rodaje”.

Antonio Sivera.